9.2.15

'Diálogos' de Platón: Introducción (I)


Para comprender realmente a todo autor, el mejor modo es la lectura directa de sus obras. Dicha lectura no siempre permite, por sí misma, alcanzar con éxito aquel propósito, pero es innegable que si tenemos la pretensión de entender los problemas tratados, los planteamientos y las posibles soluciones que un filósofo presenta, examinar con atención sus escritos despeja mucho el camino. En el caso de Platón, además, esta propuesta es aún más atractiva, porque la frescura, la originalidad y la amenidad de sus Diálogos nos incita con mayor entusiasmo a dejarnos llevar por su pluma y adentrarnos en las conversaciones y las cuestiones que trata.

Aquí, en esta serie que ahora empieza, vamos a analizar sucintamente todos y cada uno de los diálogos del gran filósofo ateniense, aunque muy probablemente no respetaremos el orden cronológico asumido e intercalaremos obras de diversas etapas en el pensamiento de nuestro pensador. Sin embargo, estos resúmenes no deben eximir, nunca, de la lectura directa que, repetimos, es el mejor procedimiento para entender el pensamiento de cualquier filósofo.

Hay que entender los diálogos platónicos como discursos filosóficos en los que intervienen personajes reales que, en la mayoría de los casos, no son filósofos. La filosofía, en los diálogos, se trataba de manera desenfadada y antiacadémica, tan lejos de cómo suele hacerse hoy, cuando a aquella se la separa de la vida y se la convierte en una materia reseca y árida.

Lo cierto es que, comparada con la tradición posterior, hemos tenido bastante suerte con los Diálogos de Platón, pues no hay ninguno de ellos que se haya perdido o, al menos, todas las menciones posteriores de otros escritores remiten a una obra que conservamos. Los copistas bizantinos que nos legaron los textos antiguos gracias a una muy loable labor, al parecer, lo hicieron con una gran corrección y respeto. En Europa fue Marsilio Ficino quien llevó a cabo la primera traducción, a finales del siglo XV.

En cuanto al estilo de los Diálogos, nos permitimos citar a Emilio Lledó, quien en su deliciosa y rica Introducción general a la obra platónica (Diálogos, vol. 1, Biblioteca Clásica Gredos, 37, Madrid, 1981, de la que, por su valor y claridad, nos nutrimos aquí; todas las citas de esta nota proceden de dicha Introducción, si no se menciona lo contrario) nos dice: “El estilo de Platón se ha considerado frecuentemente como una dificultad para alcanzar su filosofía. Este planteamiento proviene de un típico prejuicio académico, según el cual toda filosofía no podía ceder, para ser realmente filosofía, a la tentación de hacer de la escritura filosófica una entidad suficiente como para alcanzar así un valioso nivel de expresión y belleza. El supuesto rigor filosófico, el absurdo mito de la profundidad, tenía necesariamente que enmarcarse con un lenguaje confuso, enrevesado, que otorgase un cierto carácter misterioso a la comunicación filosófica. La dificultad de esta filosofía disimulaba, con su ropaje críptico, la más absoluta vaciedad […] Precisamente, como no hay separación entre pensamiento y lenguaje, el espesor, la vivacidad, la riqueza del lenguaje platónico son, entre otras, una prueba más del volumen, agilidad e importancia de sus ideas. La escritura de Platón, tenia que concordar con la atmósfera de belleza y humanidad que, a pesar de todas las contradicciones, había circundado a las realizaciones del siglo V a. C. y que se prolongará en buena parte del IV. Sería absolutamente anacrónico que una época que había visto desarrollarse a Sófocles, Tucídides, Eurípides, Fidias , Pericles, Sócrates , Gorgias, no se expresase, filosóficamente, como lo hizo Platón. La belleza, claridad y exactitud de su lenguaje no eran otra cosa que la absoluta identificación con la cultura y la vida real de su tiempo”.

También existe otro obstáculo, se nos ha dicho, para que hubiera verdadera comunicación filosófica entre Platón, como autor, y nosotros sus lectores, obstáculo que consistía en elegir precisamente la forma dialogada para exponer sus ideas. Sin embargo, quien así piensa incurre en un obvio anacronismo: ¿acaso habría otro modo de hacerlo que no fuera el diálogo, toda vez que éste es la mejor forma de “manifestar comunitariamente lo que pensaban y las cosas de las que hablaban? El diálogo era la forma adecuada de la democracia”. Era cuestión de hallar e iniciar un pensamiento compartido, una actividad intelectual comunitaria, y éste se solía hallar en la calle o en el ágora. “La estructura de la psyche griega, para evitar la tragedia, necesita de los otros, se prolonga e identifica con la comunidad… Esta comunidad, en el orden filosófico, la representó para Platón el diálogo… La filosofía no puede arrancar si no es desde la raíz misma de la comunidad y de sus problemas… El pensamiento es un esfuerzo, una tensión… se pone a prueba, se enriquece y progresa. La filosofía para Platón es el camino hacia la filosofía… Una filosofía que nace discutida nace ya humanizada y enriquecida por la solidaridad de la sociedad que refleja y de la que se alimenta”.

También recoge ideas similares Nicolás Abbagnano (Historia de la Filosofía, vol. 1, Hora, Barcelona, 1994): “El diálogo era, pues, para Platón el único medio para expresar y comunicar a los demás la vida de la investigación filosófica. El diálogo reproduce la marcha misma de la investigación que procede lentamente y con fatiga de etapa en etapa; y sobre todo reproduce su carácter social y de comunidad, por cuya virtud la investigación asocia y hace solidarios los esfuerzos de los individuos que la cultivan”.

Aquí vemos, pues, alguno de los motivos por los que Platón escogió el diálogo. Hay otros, desde luego, como por ejemplo estos dos: en primer lugar, como es sabido por todos, Platón fue discípulo de Sócrates, de quien suele decirse que era ágrafo (es decir, que no sabía [o no podía] escribir) pero que, en cambio, tenía un gran talento en la conversación y estaba capacitado para extraer, mediante preguntas y respuestas, la verdad del interior de sus interlocutores (la Mayéutica socrática, como vimos en una nota anterior). Platón, probablemente, escribiría diálogos para inmortalizar las ideas dialogadas de su maestro. Esto por un lado; por el otro, la Academia atraía a pensadores de toda la Hélade en sus diversas profesiones, que discutían y analizaban problemas, metodologías, finalidades, etc. de sus respectivas disciplinas. Estas conversaciones dialogadas las vertería Platón en sus escritos, recogiendo el espíritu que animaba a la Academia.

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